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Avanzar a cualquier precio es para muchos una exigencia casi moral y en ciertos casos una muestra del ejercicio de las mejores cualidades individuales y grupales. La consideración positiva de esta conducta está conectada con características de la personalidad como la decisión, energía para sortear obstáculos o disciplina para transitar procesos y cumplirlos cabalmente pese a los impedimentos consustanciales a toda acción y propósito. No rendirse y avanzar son actitudes inculcadas culturalmente y representan el tesón humano para la construcción tanto de lo positivo como de lo que no lo es.
Recurrentemente, quienes analizan la realidad contemporánea global sostienen que es una época en la cual la previsibilidad de los acontecimientos es compleja y que, en el mejor de los casos, podría proyectarse a los próximos cinco o diez años. Algunos, inclusive, piensan que esos periodos son demasiado amplios porque la incertidumbre es una de las constantes de la realidad actual. No podemos saber cómo será el mundo en el futuro y si es que esbozamos alguna previsión, en la mayoría de los casos, sería negativa por los graves daños causados por comportamientos egoístas que florecen en un escenario de acelerada destrucción del planeta. Hemos perdido, como humanidad, el control sobre nuestro presente y futuro en la Tierra.