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Esta posibilidad, primero deberes y después derechos, es la actitud individual más honorable y de mayor eficiencia en los actuales momentos que tanto exigen de nosotros para salir de la gran crisis. Sin embargo, no es obvio que este enfoque sea asumido, en unos casos, por la desfachatez intrínseca a grandes grupos de ciudadanos que se mostró en esta época trágica, cuya manifestación mayor es la venal corrupción que enquistada socialmente nos carcome y destruye; y, en otros, por el conocimiento que algunos puedan tener de la historia de estos dos conceptos, especialmente la del siglo XX, marcada por las abominaciones contra la dignidad de las personas cometidas por regímenes políticos como el nacionalsocialismo, el fascismo y el comunismo, que transgredieron el respeto debido al ser humano e implantaron la barbarie del desafuero moral.
Un distinguido ciudadano estadounidense, que vive en Ecuador por casi cuarenta años, promueve permanentemente acciones que rescatan el valor de comportamientos positivos para superar situaciones de corrupción como la extorsión y el soborno. Afirma, de forma sostenida en el tiempo y lo predica con su ejemplo, que uno de los caminos que la sociedad ecuatoriana puede emprender es diseñar mecanismos que permitan desviar actos de corrupción mientras estos se producen. Cree que el lenguaje colabora con la construcción de la realidad y que las palabras que utilizamos son casi exclusivamente para describir la maldad y la decadencia, contribuyendo así para que esta situación se perennice. No desconoce la existencia del error intrínseco a las acciones de las personas, pero está convencido de que tiene que haber alguien, individuo o grupo, que hable de las características buenas que tenemos los ecuatorianos… de la honestidad criolla, que es más importante culturalmente que su antípoda, la viveza criolla.
Siempre que pensamos que algunos individuos son menos buenos que nosotros, nos ubicamos en una posición de superioridad que conlleva la implícita y a veces explícita acusación –en tiempos de crisis– de que ellos son los culpables y nosotros no. Es una postura tan común que quienes están ahí sintiéndose excepcionales deberían darse cuenta de que forman parte de una masa amorfa y generalizada, integrada por individuos que provienen de todos los ámbitos sociales, ya sean populares y sin educación formal o cultos por definición propia, que se tienen a sí mismos por agudos comprendedores de las circunstancias. Los unos y los otros actúan compelidos por el irresistible impulso para encontrar defectos y errores en el actuar de los demás. De igual forma están los que los azuzan para que sigan gritando que los otros son responsables de todo lo malo. Tanto esos actuantes como sus corifeos se regodean en esa dinámica, sin manifestar el más mínimo sentido crítico de sí mismos, incapaces emocional e intelectualmente de mirarse y comprender que forman parte de un escenario y que su propia vida los hace copartícipes de esa realidad.
Esta frase la escribió Ramiro Laso, decano de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación de la Universidad del Azuay, como título de su informe de actividades del año 2019, en cuyo prólogo, citando al filósofo francés Castel, reflexiona sobre el rol de la educación en el presente y en el porvenir. Sostiene que toda acción humana requiere de una clara perspectiva del fin como momento inexorable de cualquier proceso vital y que ese nivel de conciencia debe ser cultivado a través de la educación, pues solamente desde la certeza de la finitud es posible encontrar las mejores opciones que contribuyan en la búsqueda de una supervivencia digna.