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Son variados y diferentes los elementos que participan en la formación de la opinión pública. Los estudios académicos profundos sobre la realidad económica, financiera o sobre cualquier aspecto de la sociedad, no necesariamente inciden en el criterio de la gente. Es más importante para el forjamiento de la opinión ciudadana sobre determinado tema lo que digan personas con prestigio y que provienen de ámbitos culturales que convocan a la mayor parte de ciudadanos, como los deportivos, del espectáculo, de la comunicación social y otros que tienen gran conexión con la gente. Por eso, quienes necesitan posicionar criterios sobre cualquier tópico siempre consideran contar con personajes de esos espacios para llegar a la población.
El cine y la televisión son formas tradicionales que transmiten contenidos a muchas personas, siendo innumerables los ejemplos de la incidencia de estas formas culturales en los criterios de la gente respecto a cualquier circunstancia. Las películas de ciencia ficción y de otros géneros transmiten perspectivas que llegan a millones, dejando en ese público ciertas ideas y conceptos que condicionan los enfoques sobre esas temáticas.
La referencia a la idea de los valores de Occidente es utilizada recurrentemente en distintos espacios de la cultura contemporánea. La volví a escuchar en la voz de la presentadora de la emisión internacional francesa de TV5Monde, cuando daba cuenta del apoyo del patriarca Cirilo I, jefe de la Iglesia ortodoxa rusa, a la guerra declarada por Moscú a Ucrania. En su alocución, el líder de esta comunidad que aglutina a más de doscientos cincuenta millones de fieles arenga al pueblo ruso a despertarse para combatir el mal, encarnado desde su visión, en el individualismo, el liberalismo y la democracia, que según el criterio de un profesor de la Universidad de Münster –invitado a comentar esa noticia– son valores que caracterizan a Occidente.
El enfoque cultural de la vida es diverso en el planeta. No todos ven e interpretan los hechos de la misma manera. En el caso de la invasión rusa a Ucrania y de las atrocidades que se cometen en ese país, esta diversidad de criterios también se manifiesta. De hecho, la gran mayoría de la población rusa piensa que la guerra es legítima y apoya a Putin en ese camino, porque consideran que la invasión es necesaria, en parte, por tratarse de una suerte de lucha moral contra lo que juzgan son veleidades inaceptables de Occidente.
Intenté escribir sobre la realidad actual del país desde diversos enfoques. Pensé hacerlo desde el dolor que nos causa el descalabro de las instituciones y de la sociedad. Desistí de plasmar alguna idea sobre el caos y la decadencia que nos asuelan. Quise tratar los tipos de personalidad de los gobernantes y, desde esa idea, encontré el rumbo que dio el título a esta columna y que marca su desarrollo.
Cuando reflexionamos sobre lo que se necesita en la vida privada o pública para ser sostenibles, las respuestas a esta pregunta siempre se relacionan –de una u otra forma– con las virtudes, esas grandes categorías culturales, presentes ya en la antigüedad clásica y más tarde en la depurada y brillante doctrina cristiana. Las virtudes morales son concebidas por la recta razón como formas de conducta insoslayables para la protección de la vida y también para su sostenimiento y proyección. Las consideradas virtudes cardinales son cuatro: templanza, fortaleza, prudencia y justicia. Si pensamos en lo que requerimos y en el perfil de quienes forman parte del Gobierno nacional en cualquiera de sus funciones, este debe estar definido, en la práctica, por esas virtudes básicas.
El concepto de competencias en el ámbito de la educación superior fue ampliamente difundido en las universidades del país y de América Latina, desde el año dos mil cuatro hasta el dos mil trece. Propone que los procesos de formación adquieren sentido cuando se definen las capacidades que van a ser adquiridas por los estudiantes a lo largo de sus carreras universitarias. Se determinan las competencias que deben alcanzarse en el proceso educativo, se elaboran mallas curriculares y se establecen pedagogías para alcanzarlas. Las competencias profesionales tienen tres elementos que las constituyen: lo que se tiene que saber, o los conocimientos necesarios a cada profesión; lo que se tiene que saber hacer, o las destrezas y habilidades necesarias para la práctica de los conocimientos adquiridos; y, lo que se tiene que saber ser, o la calidad de persona que debe ser un profesional. Los tres componentes son importantes y están íntimamente relacionados.
Cada carrera profesional establece las competencias que sus estudiantes adquirirán. Los abogados tienen unas, los ingenieros o los médicos otras, y así, cada profesión tiene las suyas que le son específicas. También están las competencias genéricas a todas las profesiones, como la capacidad de abstracción, análisis y síntesis, la capacidad social y de compromiso ciudadano o la capacidad crítica y autocrítica, entre otras. En este espacio, en el de las competencias generales, debe incluirse a la capacidad de administrar bien los recursos financieros personales, que es válida no solamente para profesionales sino para todos los ciudadanos, no únicamente mayores de edad, sino también niños y personas de la tercera edad, quienes, al recibir y procesar información sobre la importancia de manejar adecuadamente sus recursos financieros, desarrollan la capacidad para hacerlo.
La afirmación de que quienes dedican su vida al conocimiento desarrollan un alto nivel de conciencia respecto a la inmensidad de lo que desconocen, “yo solo sé que nada sé”, es un lugar común y representa la claridad que caracteriza a quien algo sabe. Este aserto tiene como contrapartida a otra máxima también generalizada, “la ignorancia es atrevida”, que significa que el desconocimiento no asumido es el espacio-condición en el cual se cultivan certezas irreflexivas y afirmaciones rotundas que derivan en actitudes de intemperancia por un lado y de adhesión a pseudoverdades por otro.
Esta realidad es especialmente delicada en la política, porque las decisiones que ahí se toman e involucran a todos podrían ser producto de la alevosía que caracteriza a la supina ignorancia. En el caso del Ecuador, la balanza no se inclina hacia el conocimiento y sí hacia la vulgar desfachatez de quienes no saben y por eso son grotescos y desafiantes. La política ecuatoriana nos refleja descarnadamente en nuestras miserias y carencias. Se valida la altanería, procacidad, suciedad, mentira, hipocresía y estulticia, porque se desconoce el poder de la humildad, contención, limpieza, veracidad, coherencia e inteligencia. Da igual lo uno o lo otro. El burdo desafía al que no lo es, se impone arrasándolo y es celebrado por multitudes atrabiliarias que festejan jubilosas el triunfo de la ignorancia y del descaro.
La categoría “condición humana” nos involucra a todos, a los primeros habitantes del planeta y a los actuales, a la gente de Extremo Oriente, estepa siberiana, África central, Europa, de las Américas y de cada rincón del planeta, pues los seres humanos tenemos comportamientos comunes que se enmarcan en parámetros definidos genética y culturalmente. La extrema maldad y la luminosa bondad son posibles conductas de cada individuo de la especie humana. La civilización global potencia los actos de beneficencia y restringe los negativos a través de sus sistemas normativos, con la intención de controlar la maldad en la medida de lo posible y fomentar las conductas que defienden la vida y su proyección.
El Estado de derecho es la forma institucional más elaborada para cumplir con esos objetivos. Se sustenta en principios y valores reconocidos como indispensables para que la vida social sea sostenible, entre los cuales están la protección de la vida, dignidad de las personas, libertad en todas sus formas, igualdad, democracia y otros que son los cimientos de la civilización y también sus objetivos inmutables, pues pese a que sean sus fundamentos, nunca son alcanzados totalmente porque el individualismo y sus derivaciones están siempre presentes y juegan un rol también decisorio. El Estado de derecho es el sistema de convivencia que, reconociendo la condición humana en todas sus expresiones, define los comportamientos y regula las conductas que destruyen, y también a sus opuestas.